ALFA

EDITORIAL

 

HABLAR DE PAZ EN LA ESCUELA

 

Por: Carlos Sánchez- Rector-

 

“Por tanto tiempo como dure el espacio
y tanto tiempo como permanezcan seres vivos,
hasta entonces, pueda yo también permanecer
para disipar la miseria del mundo”. Dalai Lama

 

Cada ciudadano es forjador de paz y es por ello que necesitamos cambios en aras de encaminar a nuestra patria hacia un estado de tranquilidad y en una senda más esperanzadora para vivir mejor. 

La escuela es artífice de la paz. Está llamada a enseñar a hacer la paz a través de la lectura, el estudio consagrado, la formación en valores y la conciencia social. Este es un ejercicio que podemos hacer en conjunto con la familia pues ella es la principal protagonista de la formación de los jóvenes.

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En este complejo proceso nuestra visión debe ir más allá de discutir alrededor de una indemnización o un reconocimiento a quienes han sufrido de frente la barbarie. Se trata de hacer un cambio en nuestra percepción y proponer aportes decisivos para contribuir con la paz. Debemos ser constructores de una sociedad capaz de cambiar el dolor por enseñanzas y por lecciones de vida.

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Colombia ha vivido la guerra durante mucho tiempo y de diversas formas: racismo, falta de oportunidades, exclusión, pobreza extrema, injusticia, intolerancia, adversidad constante, desempleo. Por ello, necesitamos un cambio social que garantice que estas situaciones dejen de repetirse pues son las que han generado los conflictos. Entonces, la escuela debe contribuir con la creación de oportunidades, el reconocimiento de la igualdad que hay entre nosotros como seres humanos y la formación de ciudadanos capaces de enfrentar los retos con actitud crítica y propositiva.

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Los estudiantes deben aprender el significado de la reconciliación y experimentarla en su familia, con la naturaleza y con ellos mismos. Deben aprender que la paz con el entorno y entre nosotros, se desarrolla desde el interior; que son parte del cambio social económico e histórico; que deben poner en práctica los valores y principios aprendidos en el hogar y reforzados en la escuela; que deben aprender a ser generosos, a que no todo es gratis, pero que no todo es un negocio; deben aprender a ser y a hacer amigos; a que otros pueden pensar diferente; deben aprender a ser felices. Esto no es sólo un ideal de vida y de patria, es una necesidad. Escuela y familia debemos entender estas necesidades, pero sobre todo, que no somos dos mundos diferentes, sino que nos necesitamos.

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Estoy convencido de que la escuela tiene el poder de transformar mentalidades y corazones. Que nuestra labor es un proceso continuo que contribuye con la superación de las personas y que cuenta con los mecanismos necesarios para cambiar el mundo. Por lo tanto, en la escuela podemos construir una sociedad inclusiva y pacífica.

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Las semillas con las que contamos deben regarse con tolerancia, respeto y conciencia social. Las semillas deben estar lejos del odio, el resentimiento, la opresión y la discriminación. Como comunidad educadora debemos hacer las cosas bien todos los días y forjar en esas semillas, una actitud positiva frente a la vida y enseñarles a trabajar por la paz.